Tendría trece años cuando vi por primera vez una obra de David Lynch. Estaba enamorada del cine de terror, y en una conversación banal con mi padre en la que hablamos de en qué se había convertido este género, mi padre recordaba con cariño cómo se le erizaba el vello y se le aceleraba el corazón conociendo la historia de Laura Palmer o cómo se rompía la cabeza descifrando Mulholland Drive.
Twin Peaks fue la obra que dio al artista su gran salto a la fama. Una joven popular que aparece a las orillas de un río cerca del aserradero del pueblo sirvió para enganchar a gran parte de la población americana a la pequeña pantalla, dotando a Lynch de los medios necesarios para continuar una buena carrera como cineasta.
Mulholland Drive arrancó su producción cinematográfica en el nuevo siglo, desdoblando la realidad, narrando dos historias similares pero no iguales que se mezclarían una y otra vez. La obra está llena de simbolismos que la dotan de una riqueza y originalidad absoluta.
Mulholland Drive arrancó su producción cinematográfica en el nuevo siglo, desdoblando la realidad, narrando dos historias similares pero no iguales que se mezclarían una y otra vez. La obra está llena de simbolismos que la dotan de una riqueza y originalidad absoluta.
En David Lynch: The Art Life no nos centramos tanto en estas dos obras. Dejamos a un lado sus grandes éxitos, de los que todos hemos escuchado datos en algún momento de nuestras vidas, y nos adentramos en su vida privada. Conocemos qué llevó a David Lynch a ser tan peculiar en la actualidad y, sobre todo, conocemos una faceta del creador ocultas hasta ahora, al menos para gran parte del público: su pasión por la pintura.
Su carrera como creador y artista se formó progresivamente conforme alcanzaba la adolescencia. Gracias a un compañero de colegio comenzó a trabajar en el estudio de su padre pintando durante horas hasta que las manos le dolieran. El arte plástico fue su primer amor, pero no el único, como veríamos más adelante. Tuvo que hacer frente a su familia y a su entorno para poder exponer la creatividad que habitaba en él.
Su carrera como creador y artista se formó progresivamente conforme alcanzaba la adolescencia. Gracias a un compañero de colegio comenzó a trabajar en el estudio de su padre pintando durante horas hasta que las manos le dolieran. El arte plástico fue su primer amor, pero no el único, como veríamos más adelante. Tuvo que hacer frente a su familia y a su entorno para poder exponer la creatividad que habitaba en él.
Las obras de David Lynch, ya sean películas, series o cuadros, han estado marcadas desde su juventud por un aura de misticismo, excentricidad y sobre todo experimentación. Gran amante de la pintura, como os hemos comentado hasta ahora, Lynch fue uno de los pioneros en pintar sobre fotogramas, recortarlos y modificarlos para conseguir escenas hasta entonces imposibles.
Si hay algo que ha tenido Lynch durante su carrera es completa libertad creativa. Nada le impedía dedicarse a lo que le apasionaba. Ni el tiempo, ni el dinero fueron nunca problema alguno para que siguiera añadiendo a sus composiciones elementos innovadores. En lo que al arte se refería, David Lynch no conocía límites.
El documental distribuido por Vértigo Films nos traslada de década en década por la vida del director, pintor y escultor con una banda sonora tan inquietante como su protagonista y un montaje soberbio que recuerda a sus creaciones durante la estancia en la Universidad de Philadelphia.
Con David Lynch: The Art Life nos sumergimos en la vida de uno de los directores independientes más reconocidos de la historia. Si quieres conocer cómo Lynch se convirtió en lo que es hoy en día, no puedes faltar a las salas de cine a partir del 31 de marzo. Conocer la excentricidad del creador prácticamente de primera mano es un lujo que no estará disponible durante mucho tiempo.
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