La dulce brisa estival susurraba con suavidad entre las ramas de los castaños. Se quedaba ensimismada ante cómo el sol se colaba a través de sus hojas, y eso le hizo recordar cómo de la misma forma el astro se enredaba entre los bucles de su pelo, proyectando en su mente una imagen similar. Sonrió al recordar cómo ella reía a carcajadas ante aquel gesto de completa fascinación. El viento acariciaba el césped donde él reposaba, en apariencia, sereno; rebuscando en los más recónditos rincones de su mente y corroborando que aquella chica de rizos indómitos era la protagonista indiscutible de todos y cada uno de sus pensamientos. Tenía la imagen grabada a fuego de esos labios color carmesí, que disparaban balazos de sarcasmo e ingenio; de esa falda de volantes, que desprendía una mezcla de elegancia y melancolía; y de sus ojos esmeralda, sembradores de caos y osadía allá por donde pasaba. Cada vez que pestañeaba, era un revolver recargando. A él le dio de lleno con el primer cruce de miradas, en el invierno más cálido hasta donde su memoria le alcanzaba. Le gustaba pensar que todo había sido artífice del destino, su más preciosa serendipia. Hasta que ella se fue sin despedirse y, desde entonces, él no ha cesado de sangrar.
~ Laura B.
Me ha gustado mucho :)
ResponderEliminarTe sigo y te invito a que te pases por mi blog.
Un beso.